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Derrotando al Dr. Oscuro

Hay días que no están hechos para uno.

Hay días que no están hechos para uno.

 

 

Hay días que no están hechos para uno. Días que, desde la noche anterior, uno desearía borrar del tiempo, saltar, crear una discontinuidad arbitraria y llegar directamente a pasado mañana. Al día después de mañana, que dicen los británicos.

 

Llegué a Madrid con dos horas de retraso en el vuelo desde Granada. Por supuesto, perdí la conexión con Bilbao y pude disfrutar de la generosidad de la que Iberia hace gala para con sus clientes (Javier Marías se quejaba en un artículo de que, desde las liberalizaciones, para estas compañías ya no somos viajeros ni pasajeros, sino clientes: Money makes the world go round, go round). Hotelito cutrón al lado del aeropuerto, cena de menú con el increíble mérito de hacer pasar por buena la que sirven en los aviones, un sueñecito, corto (el siguiente avión partía a las 6 de la mañana), y vuelta al aeropuerto donde tantas horas estuve el día anterior. El restaurante del hotel lleno de viajeros perdidos, cenando solos, con malas caras, cansados, hastiados, cabreados los más. En otros tiempos probablemente alguien habría tenido la iniciativa de sentarnos juntose iniciar una conversación "por no pasar por el horrible ritual de cenar sin compañía". Ahora tenemos los móviles, estamos comunicados y localizables veinticuatro horas al día, y podemos atronarnos unos a otros con la frase que más se ha pronunciado en el mundo desde que se popularizó el telefonino: "No te oigo bien, ¿tú me oyes?". Y aún hay quien piensa que 1984 es demasiado fantástico, demasiado irreal y exagerado: Orwell fliparía si levantase la cabeza: un tipo ha muerto tiroteado por la espalda por varios obedientes agentes de la policía británica. El Primer Ministro aseguró que lo sentían "desesperadamente", pero que no pensaba corregir la orden de "Tirar a Matar" dada a la policía, y la opinión pública británica aplaudía, partidaria de que a los de piel oscura que se salten los tornos del metro se les ametralle. "Encima de que vienen a quitarnos el trabajo", dicen en la City los trajeados consultores.

 

 "Tirar a Matar": de chicos teníamos un juego que se llamaba La Fuga de Colditz, consistía en hacer escapar a los prisioneros del Castillo de Colditz (cárcel para oficiales de la Segunda Guerra Mundial, fue uno de tantos famosos escapes), y luego, en la segunda parte del juego, hacerlos llegar a algún país seguro. Uno de nosotros (generalmente el mayor) hacía de Alemán: entre sus cartas de "Oportunidades" (los prisioneros teníamos pasaportes falsos, billetes de tren, túneles…) había una que era "Tirar a Matar". Usarla durante el juego era, sin embargo, una vergüenza. Suponía, por parte del jugador/nazi, reconocer que había agotado todos sus recursos, que no le quedaba otra que, visto que al prisionero le quedaba una casilla para escapar, abatirlo, por la espalda, de cinco disparos. Ahora me parece curioso: la carta existía en el juego, en ninguna parte decía que no debía usarse, pero entendíamos bien, en nuestra tierna infancia, que tirar a matar era el último, desesperado y nada honroso recurso, que justificaba la pataleta de la víctima ante el juego sucio. De hecho, el nazi solía dejar escapar al prisionero: perder el juego, vale, pero el honor...

 

En Bilbao, a 26 de julio de 2005.

3 comentarios

Irene Adler -

Yo jugué una vez a la Fuga de Colditz, y fue nada menos que el juego del mismísimo Pakito. Sí señor, nuestro profe de geometría. Claro que no jugué con él, ya era lo que me faltaba. Según su hermano, él siempre hacía de Nazi... ¿por qué sería?

El Mayor -

Mal visto? Problema morar con "Tirar a matar"? El problema es que no tocaba nunca... seguro que la escondíais antes de empezar.

Luis -

Aún tengo el juego. cuando queráis echamos una partida...