El futuro señalado
Abdel está en 3º de ESO (antiguo 1ºBUP), es repetidor y más alto y fuerte que sus compañeros. De hecho, yo diría que es más alto que yo. Lo de fuerte espero no tener que comprobarlo. Llega tarde a clase, se sienta al fondo, adopta una pose pasota y no hace nada más. Ni siquiera finge trabajar: no saca la libreta ni el libro, dudo, de hecho, que los traiga. No molesta demasiado, y el resto de profesores me aconseja que me conforme con eso, que pase de él, que al menos no molesta. Tiene 15 años y el futuro muy claro: nada que requiera un mínimo de educación. Hoy le he dicho algo, ’saca la libreta’, o algo así. Su respuesta ha sido un insulto en cherja, el dialecto que hablan en Melilla y alrededores. Lo he dejado pasar. Me han enseñado los tres insultos principales (me cago en tu madre, me cago en tu padre, vete a tomar por culo), pero... Me apena más este chaval, al que no tengo que gritar, ni mandar callar, ni nada, que todos los demás.
Farid se sienta a su lado. No es repetidor, parece que en otros años le fue más o menos bien. Pero tiene 14 años, y quiere ser más chulito que nadie. Sobre todo, quiere impresionar a Abdel y a Samira, la chica repetidora, que se sienta delante. Samira es más lista: repite curso pero por vaga. Pero entre ella y Abdel, Farid no hace nada. A él sí le obligamos a sacar la libreta, a intentarlo. Y cuando lo hace, logra comprender, tiene facilidad, es listo. Pero suspenderá, casi seguro, no atiende en clase, no hace nada en casa, y además quiere presumir de ello. Otro futuro despejado a los 14 años. Este, al menos, sacará el Graduado.
Mohamed Mohamed Mohamed (tengo más de un alumno con este triple nombre) parece varios años menor que Farid, pero tienen la misma edad. Aún no ha dado el estirón, tiene gafas (gafotas, en realidad), es chiquitillo y menudillo, y su voz se parece más a la de las chicas de su edad que a la de los chicos. Se sienta delante, con las niñas: atiende, trabaja, se esfuerza. Me enternece su candidez: cuando termina la tarea levanta el cuaderno y me lo enseña, ’¡Profe, ya he terminado!’ para que vea qué aplicado es. Laila, también en primera fila, sí que pegó el estirón. También atiende, también trabaja, aunque parece que en lugar de una clase esté en el Mercado. Me llama a gritos cuando estoy en la otra punta del aula para que le diga si está haciendo bien el ejercicio o no. La mayor parte de las veces sí que lo está haciendo bien.
Sin embargo, tampoco creo que Mohamed tenga, en el futuro, la posibilidad de elegir. No llegará a médico, ni ingeniero, ni, me temo, profesor de secundaria. Quizá pueda con una Diplomatura, si se esfuerza mucho. Es listo, pero no le estamos enseñando nada. Sus compañeros se encargan de ello: el nivel que damos en clase es ínfimo, exigimos aún menos. No enseñamos las cosas más complicadas que vienen en el libro porque ’no hay nivel’. Pero esas cosas se las darán por sabidas a Mohamed si quiere ir a la Universidad. Se supone que en el Bachillerato, una vez que en clase queden sólo los que tengan interés real, se arreglará ese desnivel, se les pedirá un esfuerzo extra para igualarlos con otros institutos. Pero el color de la piel no se lo van a aclarar. En esta ciudad será siempre sospechoso. En el resto del país, culpable.
En Melilla, a 5 de marzo de 2007.
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