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Derrotando al Dr. Oscuro

La ciudad cambiante

Sentado a la mesa del desayuno, Adrián extiende la mantequilla sobre el pan y mancha de mermelada el borde de la chaqueta de lino blanco. Elisa alarga la línea de sus párpados con lápiz negro francés frente al espejo del cuarto de baño y no le oye exclamar, apagada la voz por el sonido de la radio. Bajo la ventana, Esteban esquiva a José Ángel tendido en la acera, baja la mirada y pretende ignorar que le pide una moneda. Cruza la calle esquivando el tráfico denso de la mañana y entra en el bar de Antonio, que se queja en voz alta del desafortunado nombre que su hermana Raquel ha elegido para su sobrino recién nacido, provocando las protestas de su tocayo Mariano. Heike entra desorientada y pregunta una dirección; sus caderas al aire crean un silencio admirativo de los hombres del local y ella, incómoda, estira su camiseta tratando de ocultar lo que quiere enseñar. Sólo Jesús aparta la mirada, se encuentra de frente los ojos celosos de María que reprochan con furia su desliz. Jesús baja los párpados a modo de excusa y María lo olvida al instante, despistada por la llamada de Elisa (oportuna, piensa Jesús) que anuncia su retraso y pregunta por una tintorería cercana. Adrián se prueba con disgusto otra chaqueta, termina con cuidado su tostada y mete prisa a Elisa, que lamenta entre bromas haberse casado con tal caradura. En la puerta se cruzan con Sofía y le piden que arregle la habitación, Adrián se excusa por la mancha de café en la moqueta, tropezó con la jarra al retirar la manga bruscamente de la mermelada. Sofía sonríe a su pesar, hoy tardará media hora más en salir y no le viene nada bien, sólo la propina generosa dejada sobre la mesa levanta su ánimo, se sienta sobre la cama a recordar su Italia natal. Jean François saluda al entrar, sólo viene a comprobar el minibar, será un instante. Sofía le mira el trasero cuando se agacha y lamenta la diferencia de edad, enchufa la aspiradora y comienza a limpiar. En el pasillo Jean François encuentra a Elena, se intercambian miradas cómplices, él recuerda su torso desnudo, ella aún siente el olor de su piel pegado a su vientre. Anoche se besaron junto al río, se juraron amor en la terraza de un bar del puerto, hoy despertaron abrazados e hicieron el amor antes incluso de desayunar. Absorta en ese recuerdo, Elena saluda a Sofía, que arrodillada frota la alfombra con quitamanchas, oculta la mano bajo el delantal: olvidó la alianza en la cama de Jean. Sofía se ríe con la experiencia que da la edad y comenta con gracia la crónica rosa de las revistas, piensa que así Elena no se agobiará.

Esteban en el bar ve entrar a Elisa seguida de Adrián, se le ocurre que es una mujer muy bella, la ve intercambiar saludos con María y Jesús, también saluda su marido Adrián. Hoy irán juntos al museo que tanta polémica levantó: salen los cuatro por la puerta y hacen planes para la tarde. Comerán juntos en un magnífico restaurante del centro, ellos hablarán del tiempo y ellas se contarán sus vidas otra vez, como hacen cada año cuando Elisa vuelve a la ciudad, que tanto ha cambiado desde que, siendo casi una niña, se fugó con Adrián. Heike, por fin, encuentra su destino, sonríe a Ramón que le tiende la mano avergonzado, indeciso ante la diferencia de costumbres. Heike queda extrañada, no comprende la frialdad, Ramón maldice entre dientes su timidez y la invita a pasar delante; al hacerlo, su mano roza la cadera desnuda de Heike y se siente estremecer. Ella sonríe, la enternece su timidez, le transmite calma con su limpia mirada y planta un sonoro beso en su mejilla. Elena contempla la escena desde la ventana, se sonríe, comparte la ternura de Heike, no oye acercarse a Jean François por detrás quien la rodea con los brazos y apoya su barbilla mal afeitada en el hueco de su cuello. Se citan para esta noche, Elena replica que ya no puede ocultarlo más, que tendrá que hablar antes con Antonio, afrontar que ya no se quieren, dejarlo estar. “Pobre Antonio”, piensa Elena, “con el disgusto que le ha dado Raquel”. Jean François no siente pena por Antonio, que en el bar limpia las tazas y despide a Mariano hasta mañana; Esteban paga el desayuno y también se va, Sofía piensa que la mancha no se va a notar, Raquel amamanta al niño en la cama del hospital, Adrián se aburre en el museo, María cuenta a Elisa la horrible enfermedad de su mamá, Jesús ve pasar a Heike del brazo de Ramón y cree que se podría volver a enamorar.

La ciudad les acoge, les rodea, cambia a cada instante, incansablemente se altera, transmuta en otra distinta, se repite a sí misma y ya no vuelve más.

Bilbao, abril de 2005.

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